Creando consciencia: ser intersex en México

Hana Aoi
Alrededor de mi trigésimo cumpleaños fue que emprendí la búsqueda de respuestas a las incógnitas sobre mi cuerpo. O, más bien, fue cuando la emprendí con determinación; imposible señalar el momento exacto de mi vida en el que las dudas sobre mi cuerpo, mi identidad y mi pasado se apilaron hasta que no pude ignorarlas. Quizá fue cuando era adolescente y comencé a tomar estrógenos conjugados, sin saber lo que eran, sin cuestionar su propósito; quizá fue en alguna clase de anatomía, cuando aquel profesor nos habló de los síndromes de Klinefelter y Turner, y algo me sonó familiar; quizá fue cuando a los dieciocho años me encontré con que no llegaba la menstruación; quizá fue cuando tuve deseos de intimidad y descubrí que era un terror instintivo en mi piel, y no la falta de libido, lo que me detenía. Una especie de dolor referido, una punzada estremecedora como las que sentí en mi cuerpo infantil, cuando aún estaban frescas en la carne las cicatrices de las cirugías.

Antes de ese momento definitivo, había hecho algunas preguntas. No es que no hubiera hallado respuestas. Pero eran puntuales, y se basaban en una racionalización que me tomó años de-construir: que yo había nacido con un problema, y que había sido corregido. Quizá por eso mismo es que solo indagué a profundidad hasta que la necesidad fue más grande que el miedo a saber. Creo que siempre intuí lo que iba a encontrar. Todavía en ese entonces, la palabra intersexualidad no representaba nada para mí. En cambio, cada vez que buscaba los términos “vaginoplastía” y “ovotestes”, salía una palabra que me causaba escalofríos: hermafroditismo. Hoy es diferente. A veces siento que ese término, aunque médicamente impreciso, resuena en mi interior en toda su dimensión mitológica, y me fortalece. No el mito recogido por Ovidio, sino el del andrógino, relatado por Platón. Pero en ese entonces, la palabra “h” evocaba en mi mente imágenes no tan glamorosas como la escultura de los Borghese, y sentimientos de confusión por los recuerdos de fantasías acordes a los deseos que llevaba dentro de mí, de una orientación sexual que me producía sufrimiento no por tenerla, sino porque me refrenaba de vivirla, por miedo. ¿Quizá esto lo explicaba todo?

Recurrí a la memoria de los integrantes de mi familia, porque la institución médica me negó el acceso a mi expediente clínico, alegando que los documentos correspondientes a los procedimientos realizados en mi infancia, habían sido “depurados” muchos años atrás. Mis padres, viendo como la agonía comenzaba a consumirme, entendieron lo crucial de mi búsqueda. Aunque les tomó su tiempo abrirse, al final fue gracias a ellos que dispuse de los elementos necesarios para entender las circunstancias de mi nacimiento y las decisiones que se habían tomado. Claro que, para mí, tampoco fue un proceso inmediato. Asimilar los hechos, así como su impacto en toda mi vida, ha sido quizá el proceso más complejo al que, como persona, me he enfrentado. Afortunadamente, encontré apoyo en mi familia, pero también en un grupo de personas maravillosas con el que di cuando me encontraba en esa búsqueda de respuestas; fue en 2014 que descubrí el proyecto Brújula Intersexual, pero solo hasta un año después contacté a Laura Inter, y a partir de entonces sostuvimos una comunicación, intermitente al principio, debido a la desconfianza que sentía de abrirme incluso con personas que no iban a juzgarme. Por el grupo de apoyo a adultos intersex conocí las historias de otras personas intersex en México y Latinoamérica, en las cuales encontré ecos de mi propia historia. Durante ese tiempo, comencé a asimilar que, en verdad, mi cuerpo no había tenido nada de malo cuando nací; que había muchxs como yo, que habían sido sometidxs a cirugías innecesarias, solo para que nuestras características sexuales se ajustaran a una noción basada en prejuicios sobre la sexualidad humana. Fue un periodo largo y tortuoso, pero necesario, porque ya no podía vivir con una mentira sobre algo tan relevante para mí. Al final, la verdad tenía que salir a la luz.

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La sociedad mexicana, a diferencia de la gran mayoría de los países de Occidente, es una sociedad heterogénea. No me refiero aquí a la composición étnica, sino a la diversidad cultural que se da en la convivencia diaria, que proviene de las costumbres heredadas del sincretismo específico de cada región con la cultura occidental impuesta durante la Colonia. No hay un solo México, sino muchos, y eso es tangible para cualquiera que tenga un contacto profundo con el país. Es una tierra con vocación para la diversidad, incluso en lo que respecta al tema del sexo y la sexualidad, pese a la profunda influencia cultural y política que tuvo (y sigue teniendo) la doctrina cristiana y sus instituciones.

Por otro lado, México es también un país con una acentuada desigualdad social, en la medida que las políticas económicas emprendidas por todas las administraciones desde la década de 1970 han sido inoperantes. Esta desigualdad limita el acceso de una gran mayoría de la población a oportunidades y servicios. El gobierno federal y los gobiernos estatales fungen todavía como proveedores de un Estado de bienestar, constantemente desafiado por políticas que desmantelan y reducen los recursos a las instituciones públicas que atienden al grueso de la población. Esto incluye a los servicios de salud. Eva Alcántara expone sobre el tema con claridad:

En México, un país lleno de contrastes, el sistema de atención a la salud es una combinación de seguridad social pública, con servicios públicos asistenciales y práctica médica privada. En teoría, una persona puede escoger entre alguna de esas opciones, pero en la realidad una gran parte de la población acude a las instituciones del Estado porque no tiene otra alternativa, y aun así casi siempre paga cuotas preestablecidas de acuerdo a diversos indicadores que clasifican sus posibilidades económicas. Los índices de pobreza del país son motivos más que suficiente para tener saturadas las instituciones de salud pública. (“Rompiendo fronteras: activismo intersex y redes transnacionales”, en Los contornos del mundo, 2009, p. 133)

En las investigaciones de Eva Alcántara y en los testimonios de personas intersex intervenidas en instituciones médicas, se intuye que los hospitales de tercer nivel que cuentan con clínicas de intersexo[1] son pocos, y tienen una gran demanda. En el caso de hospitales privados, incluso contando con la tecnología y los especialistas, rara vez se sigue un protocolo de atención como el que las instituciones públicas ha ejecutado desde fines de la década de 1960.

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Hana Aoi
Yo nací en la Ciudad de México, en 1981. Cuando mi madre se supo embarazada, y debido a que tenía historial de embarazo de alto riesgo, acudió al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), al cual se encontraba afiliada mi familia. Por tener un historial de embarazos de alto riesgo, fue atendida en el área de perinatología del Centro Médico Nacional (ahora Centro Médico Siglo XXI), donde me dio a luz. No fui “diagnosticada” al nacer –no se realizaba el examen del tamiz como ahora, que es protocolario–, sino hasta meses después, que mi madre me llevó porque advirtió algo atípico en mi anatomía. Solo entonces fui canalizada al Centro Médico La Raza, sede de una clínica de intersexo del IMSS. Desde los seis meses hasta los catorce años, entré y salí de sus instalaciones varias veces al año a consultas, a tomas de muestras y análisis, a esas odiosas inspecciones de mis genitales, y a ser sometida a tres cirugías, sin ninguna emergencia médica que lo justificara, solo por haber nacido con variaciones de las características sexuales.

Sin embargo, y aunque existen muchísimas personas en México y América Latina que, al igual que yo, fueron sometidas a un protocolo de atención médica a causa de su condición intersexual, esta no es la experiencia más típica de la región. En México no todas las personas intersex son diagnosticadas e intervenidas por la institución médica. El común denominador de nuestras experiencias, en realidad, es el haber crecido sintiéndonos ajenos a una sociedad que valora la existencia de un orden de género binario incuestionable, que todavía espera con una ingenuidad nada inocente que los marcadores biológicos del sexo estén bien definidos y determinen una expectativa de comportamiento social y sexual, de acuerdo a un orden biológico supuestamente inmutable e inflexible, como si acaso la naturaleza se comportara de esa forma. Muchas veces esta sensación no se puede articular en palabras, mucho menos en una narrativa: puede ser que la persona desconozca su historia o su pasado; puede ser que las condicionantes socioculturales de su entorno local le limiten el hablar de ello; y, considerando el alto nivel de desigualdad social y a que muchas personas no concluyen ni siquiera la educación básica, también es posible que no encuentre el modo ni el medio para expresar esa experiencia. Retomando lo dicho por Mauro Cabral, no todas las personas intersex se asumen como tales; muchas viven sus vidas como individuos con una identidad de género bien asimilada dentro la sociedad, inclusive cuando esta les es continuamente contestada por la realidad de un cuerpo diferente al estereotipo; corporalidad rechazada del imaginario social como posibilidad de una vida plena y feliz, señalada con el dedo acusador del pecado, del castigo divino, de la abominación. Estas personas pueden vivir una vida relativamente tranquila, casi siempre a condición de “mantener el secreto”, y soportar de todas formas el maltrato físico y psicológico al que llegan a verse expuestos.

El juicio comienza a veces desde el entorno familiar, antes de cualquier cirugía: padres y madres son los primeros en enfrentarse con el juicio de sus parientes, de sus amigos y conocidos, al menos en su cabeza; las fantasías que tienen los padres sobre “el qué dirán” condicionan en gran medida sus impulsos y decisiones en los primeros días después del nacimiento del bebé intersex. Esto se magnifica en amplios sectores de la sociedad mexicana, terriblemente machista, donde nacer con “ambigüedad” genital es una tragedia con repercusiones a largo plazo en la crianza del infante, pues no se sabe “cómo va a ser criado”, dando así prevalencia a un rol social, basado en el género, sobre el potencial del individuo para aspirar a desarrollarse plenamente y ser feliz. Bajo esta misma atmósfera, despierta preocupaciones y sentimientos homofóbicos y transfóbicos, al no saber cómo afrontar una posible orientación sexual distinta a la heterosexual, y una identidad de género que puede o no ajustarse al binarismo de la sociedad. Cuestiones todas que se suscitan por la fantasía de que el sexo y las características sexuales de un recién nacido configuran y determinan de manera definitiva estos rasgos del ser humano.

No podemos pasar por alto la discriminación que padecen las personas intersex en otros ámbitos. En 2012, un niño con una condición intersex, oriundo del estado de Puebla, fue despojado de su derecho a la educación por las autoridades de la escuela a la que asistía, quienes consideraban que esa no era una institución adecuada para el “problema” que el niño presentaba. El “problema” consistía en que la madre había solicitado un permiso especial para que el hermano mayor del niño, alumno de la misma escuela, pudiera acompañarlo al baño para evitar agresiones por parte de sus compañeros, pues el niño tenía la necesidad de orinar sentado. En el ambiente laboral, también se presentan burlas, agresiones y otro tipo de maltrato, no porque la persona se anuncie abiertamente como intersex, sino por la manera en que son “leídos” por sus colegas, sin lograr cumplir con una expectativa estereotipada de un rol de género o una expresión de género en específico, o simplemente por la androginia de una persona intersex. Lo anterior es ejemplificado en el testimonio de Mar IS, del blog Intersex y Andrógino:[2]

Pueden percibirme de manera errónea muy fácilmente, todo depende de los prejuicios de las personas. Pero el problema no es como me perciban, el problema real es como actúen esas personas ante sus percepciones y prejuicios […] En el transcurso de mi vida he pasado violencia psicológica y algunas veces también violencia física, todo como consecuencia de la percepción errónea sobre mi identidad de género o preferencias sexuales, y por los prejuicios sociales que existen contra toda persona percibida como no-heterosexual o no-cisgénero.

Hasta 2016, solo el código penal de la Ciudad de México y de otras 11 de las 32 entidades federativas del país tipificaban los crímenes de odio hacia la población LGBTTTI (lésbico, gay, bisexual, transexual, transgénero, travesti e intersex), lo cual es una agravante en caso de homicidio. Por otro lado, CONAPRED y otros organismos estatales atienden las denuncias por discriminación de todos los grupos vulnerables de la población. Esto incluye, en principio, a la población intersex, sin embargo, estas instancias no siempre tienen en claro cómo atender sus denuncias. Esto es una muestra de la urgencia de abordar seriamente la temática intersex, y conseguir que los actores políticos y sociales entiendan la problemática específica que las personas con variaciones de las características sexuales enfrentan, independientemente de si estas se asumen o no a sí mismas como intersexuales.

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Después de varios meses de interactuar con Laura Inter, un día sentí el impulso de ofrecerle mi ayuda con algunas traducciones y transcripciones del inglés al español para el sitio Web de Brújula Intersexual. En algún momento, motivada por la lectura de esos textos que traducía, y de otros que encontraba en su sitio, me decidí a escribir mi propio testimonio. Fue un momento crítico, porque supuso revisitar mi pasado, después de meses de reflexión en lo que había sido uno de los momentos más duros de mi vida. La respuesta de las personas del grupo de apoyo fue positiva, reforzando un sentido de comunidad que me inspiró a comenzar mi propio proyecto, Vivir y Ser Intersex. Y sin darme cuenta, fue que entré de lleno al activismo. Tenía sentido: si no, ¿quién más lo iba a hacer? A invitación de Laura, a finales de ese año participé en lo que fue mi primer evento público: una capacitación para personal y directivos de CONAPRED. Aún recuerdo que tenía los nervios de punta al dar mi testimonio por primera vez ante un grupo de desconocidos. Hoy atesoro ese momento. Con gusto lo haría otras mil veces, con todo y la voz trémula. Fue una de las experiencias más liberadoras e instructivas de mi vida. Descubrí que es natural sentir miedo cuando se trata de algo tan relevante. Mi cuerpo, en este caso. Nada menos.

El principal enfoque del activismo intersex en México, en este momento, es incrementar la visibilidad de la intersexualidad. Sin embargo, no se limita a eso: también trabaja directamente con adultos intersex, facilitándoles un espacio seguro para poder hablar de aquello que no es posible hablar abiertamente con otros; y con padres, brindándoles asesoría para empoderarlos y ayudarles a entablar un diálogo con los médicos.

El activismo intersex en México ha logrado también repercutir en otras instancias. A raíz de la iniciativa presidencial de 2016 a favor del matrimonio igualitario, en febrero de 2017 la Secretaría de Salud del gobierno federal convocó a diversos actores sociales para la elaboración de un protocolo de atención médica libre de discriminación para las personas de la diversidad sexual. Junto a Brújula Intersexual y Eva Alcántara, inmensa aliada del movimiento, tuve la oportunidad de participar en la elaboración de recomendaciones que mejoraran el primer borrador que, en el caso de la atención a personas intersex, reflejaba una práctica médica patologizadora y apegada a estereotipos sexo-genéricos. Las recomendaciones enviadas fueron felizmente plasmadas en la versión final publicada en junio de 2017.[3] En ellas, se plantean dudas y preocupaciones sobre la pertinencia de las cirugías a temprana edad, y retoma declaraciones tales como los Principios de Yogyakarta, el documento conjunto de agencias de la ONU de 2014 y las audiencias públicas de personas intersex ante la CIDH de 2017. De manera más pragmática, se hace un llamado a respetar la integridad física, la autonomía corporal y la autodeterminación de las personas intersex, sin importar su edad, lo que se deriva en una recomendación para aplazar cirugías y tratamientos irreversibles hasta que sean las propias personas intersex las que puedan participar de la decisión de ser intervenidos o no. Asimismo, se expone la necesidad de garantizar el derecho a la identidad jurídica del recién nacido, sin condicionar este derecho a la práctica de cirugías de asignación de sexo.

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Mirando en perspectiva, pienso en las consecuencias de las decisiones que se tomaron acerca de mi cuerpo. Me cuestiono qué tan diferente sería mi vida si hubiera contado con la posibilidad de elegir. Es una pregunta difícil, porque las circunstancias no lo facilitaban. Pero saber, lo cambia todo. Todos los días pienso sobre esto, y sobre muchas otras cosas: sobre qué puedo hacer para que mi historia no se repita en otras personas. Un pensamiento me reconforta: no estoy sola. Somos muchxs. Y aquí estamos.

– Hana Aoi, Vivir y Ser Intersex

[1] En Llamado Intersexual (2012), Eva Alcántara, citando a Esmer, Castillo y Calzada (2000), describe una clínica de intersexo como un grupo de trabajo conformado casi siempre por especialistas médicos que confluyen en un lugar y un horario específicos, que se encarga de “discutir asuntos relativos, y tomar decisiones concernientes a pacientes de intersexo”.
[2] “¿Cómo es que la homofobia y transfobia afecta a las personas intersex y andróginas”, por Mar IS. Intersex y Andrógino <https://intersexyandrogino.wordpress.com/2017/09/29/como-es-que-la-homofobia-y-transfobia-afecta-a-las-personas-intersex-y-androginas/> (consultado el 6 de octubre de 2017)
[3] Dicho protocolo puede consultarse en el siguiente vínculo: https://www.gob.mx/cms/uploads/attachment/file/233408/210617Protocolo_Comunidad_LGBTTI_DT_Versi_n_III_17_3.pdf. Se recomienda especialmente la lectura de la definición dada para el término “Sexo” (pp. 21-22), y la Guía de Recomendaciones para la Atención Médica de Intersexualidad y Variación en la Diferenciación Sexual (pp. 36-42).